Fue uno de los primeros juegos de terror que me atreví a jugar en consola y, sinceramente, volver a pasar por esa historia con los gráficos del remake ha sido una experiencia distinta: más intensa, más cruda y, por momentos, más asfixiante. Recuerdo la primera vez que encendí la consola y me metí en la nave: era joven, nervioso y muy impresionable. Volver ahora, con la perspectiva de quien ya sabe lo que va a pasar pero igualmente se deja sorprender, ha sido una combinación rara de nostalgia y nuevos sustos que no esperaba sentir tan fuerte.

Lo que más me sigue sorprendiendo es cómo una ambientación bien construida puede colonizar tus nervios. Esa nave abandonada en medio del vacío —los pasillos estrechos, la iluminación que apenas deja ver, los sonidos metálicos que reverberan— te hacen sentir diminuto. El espacio, que debería ser frío y silencioso, se vuelve hostil y opresivo. Hay momentos en los que simplemente andar por un corredor se convierte en una decisión estratégica: ¿voy a avanzar buscando recursos o me quedo escuchando para ver si alguna respiración o un golpe me delata? Esa soledad y ese aislamiento son la base del terror del juego y lo que más me pega: no solo temes a los monstruos, sino a la propia atmósfera.

Captura de portada Dead Space
Captura de pantalla Dead Space ©Electronic Arts
Captura de gameplay Dead Space
Captura de pantalla Dead Space ©Electronic Arts
Captura de pantalla Dead Space ©Electronic Arts

Una de las mecánicas que me pareció revolucionaria la primera vez —y que ahora sigue siendo brillante— es el sistema de combate centrado en cercenar extremidades. No sirve disparar al cuerpo del enemigo y ya; hay que pensar dónde cortar, elegir la parte que lo deje inmovilizado o menos peligroso. Eso transforma cada enfrentamiento en un pequeño rompecabezas táctico bajo presión: mucha tensión, muy poco margen para disparos locos. Me llevó muchas veces a tomar decisiones que, fuera del juego, me harían sudar: ¿ahorro balas y busco una salida sigilosa, o me lanzo a intentar cortar una extremidad y ver si consigo sobrevivir? En dificultades altas, donde la munición escasea, esa elección duele y se siente real: cada bala cuenta y cada error se paga caro.

Los puzles son otro elemento que me encanta. A veces, después de una sección tensa con varios necromorfos o un tramo de tensión psicológica, aparece un rompecabezas que te obliga a calmarte, mirar el mapa y pensar. Para mí esos momentos funcionan como pequeñas pausas necesarias: no son solo relleno, sino un respiro que además te hace sentir útil y competente cuando lo resuelves. Me gustan porque rompen el ritmo del susto sin romper la inmersión; son como inhalaciones entre exhalaciones de pánico controlado.

No puedo dejar de hablar del aspecto psicológico del juego. Isaac no es un héroe hecho y derecho: es un tipo normal que va desmoronándose, y el juego lo usa para meterte en la cabeza del personaje. Las alucinaciones, las dudas, la sensación de no poder fiarte de lo que ves o oyes… todo eso suma una capa de terror que va más allá de los jump scares. A mí me afectó, porque a medida que avanzas te vas preocupando por él, por lo que ha vivido y por lo que podría perder. Es terror que, además de físico, es emocional.

Volver a jugar con gráficos mejorados hace que detalles sutiles se noten más: una mancha, una sombra que se mueve un poco, una luz que se apaga. Todo se siente más real y, por tanto, más inquietante. Y aunque la esencia sigue siendo la misma, el remake le añade refinamientos: mejor sonido, más tensión en las ambientaciones y ajustes en la jugabilidad que, al menos para mí, respetan el espíritu del original sin traicionarlo. Algunos análisis profesionales destacaron precisamente el trabajo sonoro y la fidelidad técnica del remake como dos de sus puntos fuertes; también mencionaron problemas puntuales de rendimiento en ciertos sistemas, pero en mi experiencia esos fallos no rompieron la inmersión de forma decisiva.

Al final, Dead Space para mí es un viaje que mezcla memoria y miedo presente. Volver al universo del original me recordó por qué me enganché a los juegos de terror: la capacidad de ponerme del lado de lo vulnerable y obligarme a pensar bajo presión, a sentir que cada recurso cuenta y que cada error tiene consecuencias. Si te gustan las experiencias que te ponen en tensión, que te obligan a usar la cabeza y que además te cuentan una historia de desmoronamiento personal, este remake es de esos juegos que no solo se juegan, se viven. Yo, desde luego, lo he disfrutado y lo he pasado bastante mal a la vez – y no cambiaría ni un segundo de esa mezcla.